Del silencio viene esa música. Del rincón olvidado llegan esas palabras, de
la cocina, del patio, de la sala, del comedor inexistente, de ese montón de
adornos pegados a la pared, de las flores de plástico en la maceta de cemento; de ese montón de cajas con libros guardados, de la ropa sucia tirada detrás de
la cama, de los zapatos arrinconados en la esquina, de la toalla húmeda colgada
en las gradas, de ahí viene todo el relato, toda la historia que se ocultó en
los poros de cada objeto.
Hoy parece todo inexistente, como aquella sala, como aquel
cuarto, como el comedor y la toalla colgada, como el televisor sin sonar, como
una sábana roja de lana, ahí ya no hay nada, no quedan murmullos de ningún tipo,
ni conversaciones sanas, ni peleas a gritos, todo se guardó en el polvo y el
polvo se lo llevó el viento, como esporas sobrevivientes en el tiempo, solo así
podría divisar un párrafo, algún indicio, de que todo aquello fue real, que
algún día podrá ser relatado.
Y ahí queda después, en las estaciones de radio, en los
versos probados, en una puerta cerrada, en los cristales manchados, ahí queda
después, las promesas sin serlo, los sueños sinceros y las caricias de media
noche, las sábanas mojadas, los encuentros fortuitos y despedidas también,
ahí quedan después, en el polvo de ayer, en la fracción de minuto que lo hizo
diferente, en el recuerdo, sí, en el recuerdo también.
Ahí he llegado hoy para darme un toque de todo aquello, de
los ratos a solas y los contentos, sobreviviendo por sobre toda las cosas, queriendo
lidiar con lo más simple, hasta descubrir que no todo lo era, ahí he llegado
hoy, a oler el perfume del incienso, a mirar las ventanas cerradas por la
lluvia, a encontrar una toalla húmeda colgada en las gradas.