sábado, 18 de abril de 2009

Guardianes de cuatro

Me senté sin lápiz y papel. Escribí una oración y me gustó, pero no me llenó. Mi vieja amiga peluda se acercó, y contempló las lágrimas invisibles que bajaban por mis pómulos requemados. Se echó a mis pies y murmuró algo.

El otro peludo en cambio, corría y ahuyentaba los gritos de la calle, que no me dejaban pensar.
Quise escribir para alguien y una centella me golpeó el pecho, haciéndome olvidar con qué inicial empezaba su delicado nombre. Dejé a un lado la intención. Intenté comenzar con pétalos de otra flor y otra centella me recordó de un adiós.

Un cigarro se moría esperando mis labios, el humo se entremetía entre las ganas de escribir y a veces me molestaba su insistencia. Abandoné el vicio. Me dediqué a pensar; cuántas cosas de que escribir y ninguna se dejaba seducir.

Llamé al recuerdo y escudriñé entre los versos que guardé alguna vez, escritos que nacieron para nadie en un ambiente calmado y de felicidad. No son más que cenizas, sin querer quemé esa poesía, intentando ponerle nombre a mí arte.

Seguí sentada, alborotada y ansiosa, muda por no intentar, por no poder, por no querer escribir. Pero algo ardía tan natural en mi corazón de poeta, en mis manos de hacedora, pero nada se dejaba tocar, ni si quiera los pensamientos arrojados al cenicero.

Una caricia me rozó mi pie inquieto y sus ojos débiles por la edad me contaron historias que guardé en su baúl, aquella pequeña vio tantas veces mi cuerpo herido, y sin palabras al viento curó mis noches de desvelo con su compañía, con su fiel compañía.

Le brindé una sonrisa y le pedí no me olvidara, cuando yo viaje por el camino celeste, que sea ella quien me indique donde estará mi final.
Otra caricia cayó en mi rodilla, el peludo mayor me guiñaba el ojo contento, tendría hambre, tendría sed, quería salir, no lo sé, solo entendía que entre su razón desrazonable, comprendía el estado melancólico en el que me perdía ya.

Y en este vacía casa ellos me guardan hoy, ellos me piden les hable del amor, de la desilusión, de la razón, ellos que a veces mueven sus colas sin saber el porqué solo con la intensión de serenar los momentos tristes que a veces aparecen en mi vivir.

De repente miré mi escrito, y no había más que pensar, había llenado mi necesidad de una presencia inadvertida, pero que siempre ha estado ahí, dos juguetones que sin hablar, calman mi tempestad.

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