Me lo imaginaba como un rayo
traspasado el horizonte, un rayo que no hería, solo asustaba, una luz
instantánea, más se quedó cruzando el alba, en distintos tiempos y espacios. Yo
me quedo sentada desde esta ventana, en la oscuridad de este lado del tiempo,
cociendo con mis dedos instantes y recuerdos, que se van convirtiendo en
sombras detrás de mi sombra.
Lejos, el destello de la lucha me
abstrae y quiero pararme y correr a romperle las alas, para que no siga
luchando y deje de sufrir, entre esa agonía de ser y no ser, de pasar y no
pasar. Hablo del rayo frente a mis ojos, ese que se quedó en el alba, obligándome
a no hacer nada, o por miedo atándome a la pata de este asiento.
Y no había sentido lágrimas más
gruesas como las que ahora lentamente se suicidan en mi cara, recordándome mi
vulnerabilidad, mi dolor, mi orgullo, mi peste, mi alimento, mi herida, mi
piel, mi trastorno, mi huida, mi grito, mi nudo, mi sueño, mi adiós. Le sigo la
pista a la única fuente que me queda para exprimirle mi dolor, y mis ojos
nuevamente quedaron ceñidos en tristeza.
Sigo cosiéndome, y sigo enfrente
divisando el dolor, te veo ahí luchando entre ese espacio que fue y al que
quieres llegar y el tiempo corre por un lado y más lento en el otro va, ya ni
sé dónde estoy yo. Ah sí, sentada con los pies atados a la pata de la silla de
madera que me detiene y me recuerda con una lágrima mi tristeza. Qué frase más
larga y sincera.
Entre tanto los días pasan y me
voy haciendo cada vez más vieja, recortando tiritas de lo que aún queda,
mientras mis ojos se han quedados dormidos, olvidándome la razón de su belleza, ya no hay rayos, ya no
hay tiempo, ya no hay espacio, estoy sola en esta cumbre, con la pata de la
silla quebrándose el hueso, con los hilos negros de tanto desacierto, con la
cara manchada de tantas lágrimas, con la boca cocida porque no tuve más carne
que coser y con la espalda destrozada por sacarme tanto recuerdo del ayer.
Aquí en este instante ya ni el
tiempo ni el espacio existen, ya me perdí la escena, me quedé dormida o simplemente me dormí. No sé en qué acabo
aquella angustia, ni si quiera sé que tristeza cargué, pero tengo la certeza de
que algo me sufrí, por seguir igual que como empecé, mirando desde una ventana
el horizonte y queriendo saber en qué momento se terminó.