miércoles, 11 de marzo de 2009

Brindis

Brindaron nuestros ojos, y la chispa del cristal iluminó los timidos pensamientos que se cruzaban ya, en las mentes sensatas de los aún cuerpos solos. Brindaron nuestros labios, cuando hechizados, decidieron unirse en un interminable movimiento perpetuo de caricias constantes, donde los labios, nunca cansados, dibujaron formas diversas de amar.

Brindaron también los cuerpos ardientes en vino, que se desbordaba por las locas venas que casi explotaban, tinendo con su rojo puro las sábanas que ahora podían percibir el olor del éxtasis, emanado de las almas sollozantes que ahora pedían a gritos la locura les llegara.

Brindó tu cabello con mi piel, cuando suave, rozaba los músculos entrometidos de mi rostro, que no expresaba más que lo que el momento le regalaba, un gesto que se calcó en la finura de tus negros cabellos que no dejaban de presenciar la ternura incontrolable.

Brindó mi espejo celestial con tu pecho, y en él, se quizo tatuar mi cuerpo, usando las gotas del sudor caliente, para rodear bajo tu corazón, el nombre de esta doncella que no paraba de suspirar, y el viento testigo sonador, trataba de apartar el olor de la conciencia, para atreverse a entrar donde el descuido lo permitiera.

Fue tu boca la santa inquisición de mi besos, una tortura practicada en lo terrenal, pero invocada en lo celestial. Y se dibujaron mapas en las alas de nuestros suenos, senalando los lugares de la provocación, ubicando las lagunas de agua dulce que se banaron ahora del vino candente de nuestras pasiones.

Volvimos a brindar, ahora eran nuestros monumentos personales los que no paraban de presenciar, tendidos en los jardines de este paraiso que invitamos a entrar entre cuatro paredes que nada tenían que envidiar.

Brindaron nuestros corazones ese día del mar, cuando las olas rompieron en deseos y celos cuando ni una copa se quebró y el brindis no acabó; ahora otro vino se beberá.

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